Foto: redes sociales de la autora
Susana Cabuchi nació en Jesús María, Córdoba, en 1948. Publicó El corazón de las manzanas (1978), Patio solo (1986), Álbum familiar (2000), El dulce país y otros poemas (2004), Siria (2022) entre otros libros. Colaboró en revistas especializadas, organizó talleres y brindó asesoramiento en instituciones públicas y privadas sobre temas de su especialidad. Se dedicó al dictado de cursos y seminarios de escritura y de lectura. Textos de su autoría han sido incluidos en numerosas antologías, ensayos y estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres. Ahora que pasaron algunos días de su partida, la recordamos con una breve selección de su libro El viajero (2018), editado por Viento de fondo. Pueden descargar la obra completa desde el siguiente enlace: vientodefondo.com/el-viajero/ 2 Como si fuera una paloma voló Lucía entre álamos y siempreverdes. Mirábamos su vuelo sobre la mano del viajero al final del largo brazo oscuro extendido hacia el amanecer. El temor de la madre había cerrado las ventanas, la tos de la niña era más fuerte y la casa era de humo, de vapor y eucalipto. Pero el viajero dijo que el aire le haría bien. Y lo aprobaba el padre. Entonces, los dos meses de Lucía iniciaron el juego de los pájaros. Seguíamos el movimiento de su mantilla blanca que cruzaba las azucenas, el aljibe, los cardos, y corríamos a su lado gritando: ahora Lucía estará bien, el aire le hará bien, el aire le hará bien. 3 Un día las isocas atacaron el trigo. Los hombres, bajo la sombra del aguaribay, miraban a la abuela esperando el milagro. Ella, que nunca salía de la casa, cruzó en silencio el patio. Tratamos de seguirla pero el viajero nos retuvo suavemente del brazo. La vimos, a lo lejos, rodeada por la tarde convocando la magia. Volvió de noche, con esa gravedad de los domingos. A la mañana habían desaparecido las temibles isocas y navegaban sobre un aire dorado miles de mariposas amarillas y blancas. 7 Sobre el aparador estaba la bandeja del pescado. Era un enorme pez distinto a los del río, a los del arroyo. De mar, dijo el viajero. El mar, tan lejano... Nunca habíamos hablado de él y ahora lo nombraba con esos ojos de tristezas, como quien nombra lo imposible. Para nosotros el viajero y el mar se parecían. 18 La madre no nos dejaba ir solos a la sierra más alta y allí estaba la loma retándonos a descubrir escondites de víboras, de espinas. Y la cumbre, casi siempre celeste. Una mañana el viajero se decidió a llevarnos. Jugamos a los exploradores y teníamos miedo. Al llegar a la cima me subió sobre su espalda, apoyé la cabeza en su hombro y vi el campo a través de su barba lejano y azul como un mar.
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