Flor Defelippe y Verónica Pérez Arango: "La palabra nunca alcanza y siempre estamos buscándola"8/28/2020 fotos: Natalia Leiderman Dos poetas que casi no se conocen, pero intuyen un lugar común, fuera de la ciudad, una especie de reclusión bucólica para la poesía. Vicente López es la locación elegida; la Quinta Trabucco, el marco; Flor Defelippe y Verónica Pérez Arango, las encargadas de dar vida al ciclo El bosque sutil. Así nació este proyecto que ya lleva algunos años de vida y que une el espacio, la naturaleza que se mezquina en la ciudad, con la palabra poética. El ciclo de lecturas surgió con mucha espontaneidad, a partir de conversaciones en las que Flor y Verónica descubrieron que había una necesidad de un proyecto como El bosque por fuera de la capital. En Vicente López no había ningún ciclo similar y, desde el principio, contaron con el apoyo de la municipalidad, que les cedió el espacio –el espacio que fue el pilar de la propuesta–, la Quinta Trabucco. La idea era que la naturaleza estuviera, de algún modo, vinculada a la palabra. En este sentido –nos cuentan– el objetivo es vincular las ediciones con las estaciones del año. El ciclo se realiza cada tres meses y eso coincide con el cambio de las estaciones. La idea es que cada poeta invitade, lea un texto vinculado con la naturaleza o con la estación del año correspondiente. El nombre del ciclo, por otra parte, surgió de sus lecturas: autores como Marosa Di Giorgio, Rubén Darío o Idea Vilariño; de ese espíritu, de esos versos que sobrevuelan el ambiente de El bosque, algo en esas poéticas, fue el puntapié inicial. Asimismo, la característica del ciclo es la diversidad. Les poetas invitades son de diferentes generaciones y trayectorias, van alternando el orden de las presentaciones, y no necesariamente cierra la lectura le poeta de prestigio. La curaduría, además, está pensada en función de lecturas previas; invitan a poetas que han leído y así, tratan de que haya multiplicidad de voces y estéticas. Diana Bellesi, Gabi De Cicco son algunos nombres que han pasado por el ciclo. El proyecto, además, tiene una muy buena convocatoria y eso es raro –nos comentan– porque no está en capital, donde las convocatorias suelen ser algo así como multitudinarias (si pensamos que el género por excelencia, en la oralidad, es la poesía). Y no es el único ciclo por fuera. Nos señalan otros ciclos en provincia que tienen grandes convocatorias: Crudo, de Giselle Aronson; Santería, de Damián Lamanna Guiñazú; El Ciclo de Poesía en Bella Vista, de Valeria Pariso; los ciclos de Rubén Guerrero o de Mauro Quesada. No pudimos obviar la pregunta por estos tiempos de encierro, y cómo eso impactó en la dinámica de trabajo de El bosque. En lo que respecta al confinamiento, ambas sienten que el espíritu de la propuesta pierde sentido en la virtualidad. Pero, de algún modo, las lecturas que han compartido en las redes durante este periodo logran reacomodar el ciclo, a modo de antología de textos (poetas como Ezequiel Zaidenwerg, Robin Myers o Mercedes Roffé participaron). Sin embargo –según Flor–, “hay algo del encuentro, de seguir difundiendo”, que se preservó en la virtualidad y que, probablemente continúe luego de la cuarentena. En ese sentido, los ciclos virtuales fueron más inclusivos, porque se pudieron escuchar otras voces. Lo mismo ocurrió con los talleres literarios, la demanda creció, y ellas lo saben porque ambas dictan talleres de lectura y escritura. Verónica nos cuenta que sintió la sensación de una prisión, durante la cuarentena, que la cotidianidad la abrumaba, y que era un tiempo desértico para la escritura. Flor agrega que hubo algo en el ambiente de esa necesidad de estar produciendo, porque “se supone que tenés más tiempo”. No obstante, aclaró que estaba escribiendo bastante, gracias a la maestría que está cursando. Dialogamos también sobre otros ciclos de lectura: “Vemos que muchas veces (los ciclos) necesitan de la música, como si la palabra no alcanzara, como si se necesitaran teloneros de la palabra, y es que la palabra nunca alcanza y siempre estamos buscándola”, reflexiona Flor. En relación con la federalización de la difusión de producciones, creen en la descentralización, pero que debería haber políticas que cooperen en este sentido. La mirada del Fondo Nacional de las Artes (FNA) ha cristalizado esta situación, también, en lo que concierne a los géneros. Verónica cuenta que al firmar la carta colectiva de poetas al Ministerio de Cultura, ante las disposiciones de este año en los concursos del FNA, lo tuvo que hacer dos veces: porque firmó como escritora y docente, como si ser poeta no fuera ser escritora. Flor cree, sin embargo, que el acierto del Fondo estuvo en la propuesta, esta vez, federal. Ambas tienen una mirada más amplia en relación con el trabajo poético de la región: “Sabemos que en Chile hay una cultura literaria muy fuerte; Uruguay, en cambio, parece más aislado. En ese sentido, no se abre igual a la región, aunque parece tener la mirada puesta en Buenos Aires. El Festival de San José es un ejemplo del encuentro de poetas y la calidad de los poetas de Uruguay”, comenta Flor. Les preguntamos por el trabajo de las mujeres y disidencias y cuánto de eso se difunde, se consume, se legitima. Ambas sienten que se están abriendo espacios, aunque Verónica afirma que ella “siendo blanca, hétero y con la posibilidad de haber estudiado” no debería hablar por las disidencias. “Hay un montón de subjetividades que siguen invisibilizadas. Un ejemplo es Camila Sosa Villada, que fue editada por Tusquets, pero ¿cuántas más hay?” Flor dice que quizá haya mayor visibilización en capital y en las capitales de provincia, pero habría que ver qué pasa en el resto del país. Ambas entienden que no hay un solo feminismo. “Ganamos un montón de lugares y hay cosas que están funcionando mejor, pero te das cuenta de que todavía falta mucho”, aporta Verónica, aunque insiste que no puede opinar desde su condición. Flor entiende que no hay feminismo sin disidencias, que eso genera tensión y los feminismos que excluyen a las disidencias son una bisagra, una alarma. “Si queremos construir y ocupar otros espacios, es un punto a seguir trabajando y discutiendo. Nosotres como trabajadores de la palabra tenemos un rol muy importante y hay que tener conciencia de ese lugar”. En el ciclo, además, la política es que nadie que se oponga al feminismo puede estar invitade. Así cuentan que cuando se estaba dando el debate por la IVE, alguien del público dijo algo de los pañuelos verdes en escena, y ellas hablaron con esa persona y le explicaron su postura. La fecha de marzo, por ejemplo –fue la fecha de verano–, y en ella la mirada estuvo puesta en mujeres y disidencias. Se dio, además, en la semana de la mujer, organizada por la municipalidad de Vicente López, y la impronta era que los eventos estuvieran organizados por mujeres y disidencias. El bosque sutil no descansa, espera llegar a otras regiones, provincias. Buscará extender sus fronteras un poco más. “La inmensidad está en nosotros. Está adherida a una especie de expansión de ser que la vida reprime, que la prudencia detiene”, dice Gastón Bachelard. “Vivir, vivir verdaderamente una imagen poética, es conocer, en una de sus pequeñas fibras, un devenir del ser que es una conciencia de la turbación del ser. El ser es aquí tan sumamente sensible que una palabra lo agita”. El bosque sutil es prueba de que no hay límites para ese espacio poético; que en relación con la naturaleza y con otres, construye.
1 Comment
Vivian María
9/6/2020 10:34:47 am
El ser es aquí tan sumamente sensible que una palabra lo agita”.
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