por Melissa Carrasco
Anhedonia es un registro concienzudo de la pérdida. La pérdida del placer se configura como una declaración honesta y cruel de lo inevitable. “Este espectáculo amnésico entre la pérdida y el acto./ Solo el espectador poseerá la verdad”. Existe conciencia del espectáculo, del rol. Sí, se escabulle el placer como agua por las jardineras del balcón, pero seguimos encendiendo un cigarrillo, saliendo a comprar. El espectáculo debe continuar, se sabe, ¿a costa de? Vivimos actuando en esta locura de espacio social en que no somos otra cosa que animales de caza para un sistema sin contemplaciones por la angustia. La angustia, vital como el aire, mortal como enfermedad crónica, que no mata ahí no más, sino de a poquito. Este espectáculo se acerca bastante a una tragedia, alejándonos de la concepción aristotélica del término, pues aquí no hay purgación ni redención posible. Primero, hay un héroe o heroína. Anhedónica es la heroína, conducida por la fatalidad, a un desenlace funesto. La heroína emprende el viaje. Su padre le ha dicho frente a un televisor cuál será su destino y esa sentencia será su tara más pesada. En el camino, toda una seguidilla de padecimientos. Se padece el exceso de latas en el súper, el té de tilo, el sexo y su ausencia, también la falta de dinero y la cuadra de casa hasta el kiosco se hace una distancia insalvable, como la peregrinación de la heroína que nunca termina de padecer y equivocarse. Existe una marcada discordancia entre la velocidad de las horas y los acontecimientos, y el ritmo personal, lo mismo con respecto a lo que Anhedónica es y lo que se espera de ella. El disfrute pasa a ser una imposición en esta dictadura de la felicidad en que vivimos. Frente a estas demandas, la heroína se define ambivalente, ingobernable, salvaje, pero sierva. Se trata además de una cosa de proporciones, mientras más grande la ciudad, más pequeños somos, por lo tanto microscópicos, invisibles. La heroína extraña la calma de un barrio de provincia y el clima del sur, y se ha instalado en capital, para síntesis de sus angustias. El cuerpo funciona como un inventario, se acumulan latas, botellas de vino y cigarrillos, ansiedades y quemaduras, un cuerpo que actúa a favor de su extinción pero suplica ser desenterrado, visto al fin, rescatado de la anonimia. La muerte halla su lugar en el contenedor de basura, como en el edulcorante del café cheto y en la alcoba, donde los amantes aman tanto como envejecen. La heroína, como toda esta raza de héroes contemporáneos, halla su misión en la difícil tarea de la supervivencia, lejos de todo afán mesiánico. Apenas pueden consigo mismos, comen lo que pueden cuando pueden y beben siempre, porque para esta máquina no son más que moscas enredadas en la rejilla del ventanal, aturdidas de tanto pensar en sí mismas y en el otro y en todo lo que quisieran pero no podrían. Su heroísmo consiste en pasar el día, con o sin amor, con o sin trabajo y ambiciones. Y esa es su gran fortaleza. Si sobrevivieron a su propia angustia, sobrevivirán también, como las admirables cucarachas y ratas, a una explosión nuclear. No le queda otra a la heroína que seguir escribiendo de la ventana a la cama, de la cama al baño. Porque es el sin sentido el que alimenta la pregunta y de allí nace algo verdadero. “¿Cuándo la poesía si sabemos todo?”, dice Anhedónica, y no se equivoca, porque la duda es y será siempre el punto auténtico de origen para la poesía. Podés leerlo aquí: https://drive.google.com/file/d/13gu3co3xJjYP0Q8hcVeeH6wADdsPB1PX/view
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