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Abro el miedo, de Teresa Orbegoso

4/9/2021

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​Teresa Orbegoso escribe Abro el miedo, como quien se introduce en su propio cuerpo para contemplar desde ese cobijo, el afuera. Pero ese cuerpo no solo es la batalla de una mujer contra el cáncer, sino también, es América toda en lucha con sus heridas, con su sangre corriendo por nuestros ríos, nuestros territorios y sus saqueos.
 
El poemario se compone de cuatro secciones que nos hablan del dolor y su cura posible, como cierta manera de la esperanza. “Cirugía” es la sección más extensa, en la que hay un diálogo entre dos textos: un texto que interpela, pero otro que subyace en la parte inferior de la página, en el que el tono por momentos se vuelve más intimista, en un diálogo con esa escritora tan potente que fue Inger Christensen, como interlocutora de ese “Algo” que existe, que no puede negarse para que desaparezca. Abro el miedo, Algo, Mi cáncer, son mantras que se repiten a lo largo de esta sección, no solo para reforzar el ritmo de la poesía en prosa, sino también, para recordarnos que se trata de una experiencia personal, pero que se universaliza en la llaga de la pérdida que siempre parece inminente.
 
La segunda sección, “Herida”, es la denuncia, la interpelación por la historia latinoamericana, las luchas y sus revoluciones, las pérdidas:
 
El cáncer del consumo abre su tienda. Se vende. Deja caer su monedero. Niega el discurso, el sentido. Se inauguran los hospitales, los cuerpos que ya no importan. El capital es una vitrina que te atrapa. Los enfermos miran tras la ventana de la vanidad. Su imaginación converge con el desgaste.
 
Por momentos, el tono puede resultar litúrgico “yo confieso, yo ruego y acepto: por ninguna culpa, por ninguna culpa, por ninguna gravísima culpa te he perdido”. Pero es que esta América se impregna de religión y mitos, y Orbegoso lo sabe. Ahí recurre a esta forma de letanías para que la palabra se convierta en rito sagrado, para que su misticismo pueda ser aprehendido por quienes leemos.
 
Walter Mignolo en La idea de América Latina dice: "Descubrimiento e invención no son únicamente dos interpretaciones distintas del mismo acontecimiento: son parte de dos paradigmas distintos. La línea que separa esos dos paradigmas es la de la transformación en la geopolítica del conocimiento; no se trata solamente de una diferencia terminológica, sino también del contenido del discurso. El primer término es parte de la perspectiva imperialista de la historia mundial adoptada por una Europa triunfal y victoriosa, algo que se conoce como modernidad; mientras que el segundo refleja el punto de vista crítico de quienes han sido dejados de lado, de los que se espera que sigan los pasos del progreso continuo de la historia a la que no creen pertenecer". Y es que en este poemario es la voz que habla quien concibe esa geografía corporal por la que células sangre y dolor recorren las páginas, como quien al decir crea, como quien viéndose, entiende.
 
Pero también, esta “Herida” es la infancia, el recuerdo por la historia vivida en el recuerdo de la intimidad, de la experiencia propia, de lo pequeño: “Eres una niña que no sabe divertirse/ Tus tímpanos crecen después de tu primera muerte”.
 
Marina Garcés, a propósito de los conceptos desarrollados por Michel Foucault en La voluntad de saber señala que “la importancia del biopoder como elemento indispensable en la formación del capitalismo (fue) que no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos”.  Garcés agrega que la visualización de la vida crea y hace posible el ejercicio de un poder sobre sí misma, que no solo la controla, sino que se apropia enteramente de ella para producirla desde sus mecanismos. “En la era del biopoder la muerte sufre una descualificación progresiva que la obliga a retirarse al ámbito privado y secreto. La razón es obvia: el poder, que es poder de hacer vivir, y que solo puede matar para defender la vida, se aparta de ella. La muerte ya solo es el límite de su ejercicio, el único momento que el poder ya no puede apresar, la única puerta por la que el individuo puede escapar”. Pero, aunque confinada al espacio de lo privado, la muerte aquí es siempre un horizonte de posibilidad, lo que se dice y lo que se encubre, porque así ha sido en la historia de nuestros pueblos, porque a eso hemos sido sometides. El cuerpo soporta el yugo del sistema que impone sobre los hombros el peso de la soledad, como si ese destino de fin y caída, sin más, no fuera compartido y sabido por quienes vivimos en estas latitudes del continente.
 
La penúltima sección, “Sutura”, en cambio, es la despedida del cáncer, es él quien habla para invocar una última oportunidad “dilo, di mi nombre. Nómbrame por última vez”.
 
Hacia el final del poemario, “Cicatriz”, está construido con versos a modo de la huella de unos puntos quirúrgicos en el que una parte del verso pregunta y la siguiente contesta. Y una respuesta final “el agua que sale de mi pecho vacío es tan poderosa como un manantial”.
 
Según Paulina Vinderman “muchas Teresas habitan este libro, muchos de sus universos: la infancia, el amor por su país y la historia lastimada que conlleva; la rebelión ante las injusticias del mundo; su defensa de los más vulnerables”. Muchas Teresas y en ella, todas las voces de nuestra América, de las batallas de nuestras mujeres en las revoluciones colectivas que hicieron y hacen de lo personal, una noble mirada política.
 
Abro el miedo
Teresa Orbegoso 
Buenos Aires
Las furias
73 pp.


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